Recientemente publicamos un primer abordaje del estudio de la mortalidad infantil en Alcalá la Real en la primera mitad del siglo XX, y en próximas entradas veremos de forma detallada el análisis de las causas de muerte. Conociendo éstas, y relacionándolas con el contexto social de la época, entenderemos mejor por qué la mortalidad infantil fue tan elevada y por qué disminuyó con el paso del tiempo.
Para ello, convertimos los datos de los fallecimientos en indicadores estadísticos que podamos comparar con otros estudios, o con las correspondientes tasas nacionales. Ello podría dar la impresión de que reducimos el análisis de la mortalidad infantil a la comparación de números y gráficos.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad y de mi concepción del tema.
En mi opinión, estudiar la mortalidad infantil implica también ver el reverso de las tasas y de los números. Se trata de reconocer también esa otra cara implícita en tan elevadas e impactantes cifras.
Me refiero, a la cara del sufrimiento. La cara de los miembros de aquellas familias que con unas difíciles condiciones de vida, tuvieron que afrontar la muerte de alguno o varios de sus hijos.
Decir que en ese periodo el 43% de las personas que fallecieron en Alcalá la Real fueron niños menores de 5 años implica decir que casi la mitad de las familias alcalainas sintieron el dolor y el sufrimiento por la pérdida de alguno de sus pequeños.
Familias que en ese tiempo vivían en casas sin agua potable ni luz eléctrica, sin desagües para las aguas residuales ni nada parecido al más humilde de los cuartos de baño que hayamos visto hoy día.
Familias en las que, en la mayoría de los casos, el padre permanecía en el campo de sol a sol para conseguir un jornal, mientras que la madre se ocupaba en casa del cuidado de sus hijos.
Si por algún motivo esas madres no podía amamantar a sus bebés, no disponían de la variedad de biberones y latas de leche y cereales que hoy se pueden comprar en las farmacias. Probablemente muchas de ellas tuvieron que solicitar a la beneficencia municipal los socorros para la lactancia, recurrir a una nodriza o a la gota de leche.
Si su hijo enfermaba y su temperatura se elevaba tanto que quizás le hiciera convulsionar, ningún pediatra podría asistirlo. Aunque hubiera algunos médicos en la comarca, para muchas de ellas, desplazarse a pie o en los mejores casos, a lomos de algún animal, supondría varias horas antes de ser ser atendidos.
Esta es la otra cara del estudio de la mortalidad infantil, la cara de mujeres fuertes y trabajadoras luchando en un ambiente de pobreza y precariedad por la salud de sus hijos.
Mujeres como Mercedes, que viviendo en un cortijo, cerca de Charilla, observó una mañana que su primera hija, Francisca de 16 meses de edad, estaba muy caliente. Según avanzaba el día su respiración era más sonora rápida y difícil. No quería comer. Los golpes de tos le cortaban la respiración. Finalmente murió por neumonía en marzo de 1931. Dos meses después nació su hijo Isidro.
Unos años después, Mercedes y su marido decidieron dejar el cortijo para irse a vivir a Alcalá-casco, allí quizás tendrían una vida más fácil, o al menos, tendrían vecinos cercanos en los que apoyarse.
Tenían ya cuatro hijos cuando Mercedes volvió a sufrir el golpe de la muerte de otro de ellos. Esta vez fue su pequeña Mercedes, de solo 3 meses de edad, que moría a consecuencia de una bronquitis capilar en noviembre de 1940.
Cinco años después, Isidro, su hijo mayor, de 13 años, amaneció una mañana con un intenso dolor abdominal. Además del dolor, aumentó su temperatura y comenzó a vomitar, entonces su padre Victor avisó a un médico. Cuando éste le exploró, el vientre del niño estaba duro como una tabla. Poco después murió por peritonitis en febrero de 1945.
Mercedes afrontó por tercera vez la muerte de uno de sus hijos.
Sin embargo, Mercedes siguió día tras día encendiendo el fuego de la chimenea para preparar la comida de sus otros dos hijos. Acudía con su cántaro a la fuente más cercana para proveerse de agua y al lavadero público para frotar sobre las pilas la ropa de su familia.


Las mujeres como Mercedes tuvieron una vida dura y difícil, soportando en su juventud unas precarias condiciones de vida que se empeoraron aún más durante años por los efectos de una guerra y sus posteriores consecuencias.
Por ello, Mercedes y tantas otras mujeres como ella, eran fuertes y tenían en gran valor el sentimiento de solidaridad, de ayuda y de familia.
¡Gracias Mercedes!
Esta información me llega muy de cerca, es necesario conocer nuestra historia y contrastarla con la actualidad para darnos cuenta de la fortaleza de las mujeres y de su silencio en aquel tiempo no tan lejano.
Ese es el objetivo de este trabajo. Darnos cuenta de lo mucho que hemos cambiado en tan poco tiempo, para reconocer y agradecer la implicación de muchos que nos precedieron, pero también para valorar lo que tenemos y trabajar para mantenerlo. Gracias Victoria por tu comentario
Ver morir a sus hijos sin poder hacer nada para remediarlo… ¡Que duro!.
Tuvieron que «acostumbrarse» a perder a sus hijos. A sentir miedo ante cualquier diarrea, fiebre o tos. Trabajando de sol a sol (si es que había trabajo), para poder comer ese día.
Cuantas mujeres como Mercedes, sufrieron resignadamente tanto dolor.
Por eso es necesario no olvidar para valorar lo que ahora tenemos
Así es Mateo, no olvidar, para quienes hemos oído estas experiencias. Y conocerlas para todos aquellos más jóvenes que nosotros que pueden pensar que el bienestar que hoy disfrutamos existió desde hace mucho tiempo. Mercedes y su generación son nuestras abuelas, y muchas de ellas aún viven. Las comodidades que hoy disfrutamos en Alcalá las tenemos desde «ayer», desde hace nada. Y por desgracia, en otras partes del mundo, aún hoy en día, siguen muriendo mucho niños por las mismas enfermedades infecciosas que ocasionaban la muerte a nuestros antepasados.